HAY MUERTOS EN MI VIDA
Me sorprende una vespertina hora de recuerdos enumerando muertos.
Exceptuando a mi padre, a todos quise un poco… ¡no vayan a pensar!
Prefiero que me entiendan en la forma de hablar y en el verbo doméstico.
Rayando los catorce, Marce era el nombre que me ponían al lado
del corazón pintado con la tiza de turno, y con la flecha…
Pasada esa barrera de adolescente ingenua, Ángel me sorprendió con
mundos de psicodelia, donde yo, pobre pieza, equilibraba la balanza
entre vida y la muerte. La que más me dolió, me cogió muy inexperta
a mí, siempre soñando con poemas y hormigas; a mí me preguntaba:
-¿y quién me va a querer?-. Y yo despanzurrada bajo el peso-pregunta
de filósofo en ciernes cuestionando a la muerte por qué le tocó a él…
y se fue despacito e inexorablemente con sonrisa angelote,
que cuando no fue así, ya no se dejó ver con su cuerpo de hilo.
Del recuerdo falta uno, grandullón, “hotentote” que cuidaba de amigos
y sabía de estrellas, de monedas chinas y mapas estelares con los que soprender.
Nochebuena, su noche, cuando Marilyn Monroe le cantó “happy birthday”
en susurro a su oreja, y reía, reía picante como el gato de Alicia.
Riendo le recuerdo y cogiéndome en volandas tras un año sin vernos.
También hay quienes viven y para mí, ya han muerto.
daniela
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