a Josefa Torres
Mi infancia no es un patio de Sevilla,
sí un piso bajo del barrio San Inazio,
vecindad con Josefa y derecho a cocina.
Desde la inexperiencia que me daban
dos años, de la mano con Caperucita,
y con la bici verde de rueditas,
del padrino, por la ahijada embelesado.
Jabón, leche, patatas cantarina retahíla
hasta la tienda de Petra, antes de que
me traicionara, y ya luego no supiera:
en vez de un paseo, ¡dos!
Y…era ¡tan formal! Que no podía consentir
que se me fueran las patatas, o la leche,
o el jabón al reino de los olvidos.
El gato de Angelita, era mi gato, yo siempre
fui muy “animalera”, y a falta de propio
tomaba prestado hasta el de la portera
aunque me bufara, arañara o mordiera.
Josefa me llevaba de paseo y con ella
al trabajo, en el cine Banderas.
Desayunaba y comía de sus babas,
de aquel cacillo rojo, cuando fuera
y mamá repetía en cantinela de
“puritito”asco que le daba:
“¡ay Josefa, que no coma la niña y…a
deshoras, que luego sobran las lentejas ¡”
Daniela