La parva reseca envuelve sus
cuerpos.
Mirando hacia el cielo la
noche serena.
Ella le contempla, sus ojos
se cruzan
les recubre el manto, sus
risas se acercan.
Se miran. Sonríen. Se
envuelven. Se mecen.
Juntando sus manos sus dedos
se aferran.
Susurro sus voces. Los dos se
aproximan.
Se buscan sus bocas. El calor
les urge.
Sus cuerpos arcilla. Él palpa
su piel
contorsión de cuerpos. Truenan
los suspiros.
Cuerpos sudorosos. Cuerpos
que se añoran.
Yacen bajo las estrellas de
la vieja bóveda
Que el cielo refleja, les
mira el azul y
a los dos suscita risas
placenteras.
Desliza sus dedos encuentra
sus senos.
Sus pezones duros, de aréolas
envueltos.
Él hurga en la herida que
ella le ofrece.
Desliza sus pasos al monte de
Venus
cede suavemente su presión,
le engulle.
Los jugos rebosan, la pasión
les crece.
Ella se complace, él recorre
su cuerpo.
El a ella se ofrece. Se
estudian, se observan.
Se comen. Se beben. Les
corren las lágrimas.
Le brinda su cueva. Le
invita. Le quema.
Se funden en un solo juego
sin palabras.
Sienten el calor, que la
cueva emana.
Los dos bien seguros
arrullados de agua.
Las estrellas ríen, con voz
luminosa
los cuerpos se abrazan y
luego se añoran
Explosión sin nombre. Paz
añorada.
Antonio Molina