Entre juncos y nardos, espinas y zarzas
surgen los suspiros de un corazón en danza
Que acude a sus orillas buscando la templanza
busca también su sombra, que obstinado no halla.
Muy de niño en su cama de tablas y hojarasca
un duende menudito se la llevó arrancada.
Enterró su tesoro en las cuevas profundas,
lo metió en arcón con cerrojos de fuego,
y solo la muerte será capaz
de abrazarlo con sabor a albahaca.
Antonio Molina
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